 |
El Marqués de Molíns. |
En
la presente entrada nos proponemos presentar y transcribir el delicioso
artículo del Marqués de Molíns “Una
mañana junto a la feria de Albacete”, recogido en el tomo IV de sus Obras
completas y fechado en 1857.
Este
singular artículo nos ofrece una de las raras ocasiones en que la prosa del
Marqués de Molíns versa sobre los vínculos familiares que le ligaban a su población
natal y sobre aspectos costumbristas de la misma.
 |
Paseo de la Feria en la Crónica de Albacete de Narciso Blanch e Illa, 1866. |
El
artículo de 1857 que presentamos narra una melancólica visita al camposanto en
plena celebración de la feria de Albacete en el año del regreso del Marqués a
España tras su exilio durante el Bienio Progresista (1854-56).
En
el mismo texto del artículo y para reforzar el contraste al que en seguida nos
vamos a referir, el Marqués de Molíns confiesa hallarse “cansado de pasar un mes entero en fiestas y regocijos”, en alusión
a los festejos vividos recientemente en Elche y Murcia.
La
fórmula narrativa del artículo consiste en una especie de reflexión dirigida a
una joven muchacha calificada como “hija
mía” a la cual se presentan los abuelos maternos del autor como los “bisabuelos tuyos”. El Marqués podría
dirigirse en estos términos a algunas de sus tres hijas, especialmente a las
dos menores, María del Carmen y Ángela, de tres años la primera y escasos meses
la segunda. El recurso a un diálogo con una inocente niña sirve al autor de
licencia poética para contraponer, con delicadeza, las espinas de sus
reflexiones con las rosas primaverales de su interlocutora.
 |
La Feria de Albacete en 1866. |
El
texto está estructurado sobre una antítesis expuesta en un hermoso paralelismo
al principio del artículo: el corazón humano es como un insondable mar “que prepara las tempestades en medio de la
calma y la bonanza al mugir de las tormentas”. El Marqués continúa
construyendo el resto del artículo alrededor de este tipo de estructuras
bimembres con términos opuestos.
En
razón de este paradójico sentimiento, justifica el autor que “en medio de tan buena compañía y en época
de tanta algazara” haya optado por dar “tan
triste paseo” hasta el camposanto del lugar. Ya lo ha advertido el autor:
el voluble corazón humano “en medio de la
dicha sentirá levantarse, sin saber de dónde, el huracán de la melancolía”.
Huye,
así, el autor del bullicio de la Feria de Albacete, “en que, como vastísima caravana, ó más aún como innumerable y
desordenado campamento, millares de tiendas ponen el sitio á unas pacíficas
murallas, levantadas en medio del desierto”.
 |
Antigua ermita de San Antón de Albacete. |
Procurando
pues encontrar un lugar donde “reposar la
imaginación”, el Marqués dirige sus pasos hacia el antiguo cementerio de
Albacete, sito junto a la desaparecida ermita de San Antón (ubicada
aproximadamente en el número 3 de la actual calle del Alcalde Martínez de la
Ossa).
El
Marqués nos ofrece en su artículo una cruda descripción del rústico camposanto
albaceteño:
“En el pequeño cuadrado como
corral de ganado que lo forma, el terreno está desnivelado por las sepulturas,
no hay cultivo alguno, el hombre abandona allí los despojos de la muerte, y no
trata de disfrazar su nada dando vida á plantas ni á flores, á cipreses y
siemprevivas… nada… absolutamente nada más que la muerte en toda su espantosa
perspectiva. No hay más monumento que se alce que una sola cruz...”.
 |
El Marqués de Molíns. |
Pocos
años después de esta descripción, el poeta Rafael
Serrano Alcázar (1842-1901), de nacimiento murciano y afincado como
jurisconsulto en la capital albaceteña, habría de dedicar unos versos a un
cementerio que podría corresponderse con el visitado por nuestro Marqués. Se
trata del poema “Meditación” de su
primer tomo de Poesías (1866), en
donde alude a un camposanto en los términos siguientes:
“Este es el cementerio. Fatídico y
sombrío.
Allí está de la ermita la
misteriosa cruz.
Osténtase cubierto de fúnebre
atavío
mientras la noche extiende su
lóbrego capuz…”.
Volviendo
a la visita al camposanto de 1857, el Marqués se detiene ante la tumba de sus
abuelos maternos y evoca brevemente ambas figuras. Ante una lápida “de mármol poco ha desdorada por las
lluvias” rememora a su abuela la Condesa de Villaleal María Joaquina Arce Lara (1760-1848). En su nicho “estaba consignado en mármol el tributo de
dolor pagado por un pueblo entero á una mujer imponderablemente benéfica”.
 |
Molíns por Maura Montaner, 1881. |
El
autor repara, a continuación, en una lápida contigua “de piedra sillería ya medio borrada”, donde una inscripción
recuerda los favores a la villa albacetense realizados por su abuelo materno,
el Conde de Villaleal Fernando Carrasco
Rocamora (1754-1807).
Prosigue,
a continuación, el autor su visita con la escena costumbrista de un entierro
popular que interrumpe sus melancólicas meditaciones:
“… me llamó la atención el canto
de un entierro; volví la cabeza y vi atravesar por el Campo Santo un pequeño
grupo; cuatro hombres, como labradores ó jornaleros, llevaban en hombros un
ataúd descubierto: un velo agitado por el viento sobre el cadáver daba á
entender que era de una mujer…”.
Preso
de un vértigo romántico, el Marqués se aproxima hasta el lugar del
enterramiento, a tiempo de ver cubrir de tierra por completo el cuerpo yacente.
A su llegada, quedaban ya tan sólo a la vista “unas manos blancas y delicadas que sujetaban una cruz y un ramo de
flores”.
 |
El Marqués de Molíns. |
Tras
este clímax sentimental, sin embargo, el relato da un giro final irónico y
hasta esperpéntico, cuando la mujer que había seguido, indiferente, a la
comitiva fúnebre recogía el velo mortuorio y “hablaba al marchar del precio á que podría venderlo”. El Marqués
recuerda en este punto que estamos en Feria y todo se vende en ella.
Suena
entonces el silbido del tren “del camino
de hierro que pasa por las tapias del Campo Santo”. Se refiere el autor al
ferrocarril que desde dos años antes, 1855, recorría la línea
Aranjuez-Albacete, circulando a su paso por nuestra ciudad por el Paseo de la
Cuba, donde se encontraba la estación ferroviaria.
El
Marqués, vuelto de sus divagaciones románticas, observa con disgusto que el
estridente tren llega cargado de pasajeros que vienen a la Feria de Albacete “á comprar… á vender… á reír… á engañar… á
vivir, en fin”.
 |
Viernes Santo en Castilla. Regoyos, 1904. |
La
melancólica paz del camposanto contrasta, así, con el bullicio mercantil de la
Feria y la estrepitosa velocidad de la locomotora de vapor. De este contraste,
extrae el autor, finalmente, una filosófica conclusión: “¿Qué son los intereses… las relaciones… las riquezas… las ciencias
mismas… hija mía, en la puerta del Campo Santo?... ¡Ay!... humo… y ruido”.
La
reflexión ante una tumba o en la visita a un camposanto fue uno de los tópicos
más frecuentados de nuestra literatura romántica, quizás desde el conocido
romance “El sepulcro de Hindelbank”
recogido por Francisco Martínez de la
Rosa en sus Poesías (1833).
Dentro
del género del breve cuadro de costumbres destinado a artículo de prensa
periódica, la visita al cementerio fue tema frecuentado por los grandes
prosistas del momento. Así, podríamos iniciar una serie ideal de textos sobre
el tema con Ramón de Mesonero Romanos
(1803-1882) y su artículo “El camposanto” (publicado inicialmente en 1832 y
recogido en sus Escenas y tipos matritenses de 1851). Mesonero parte en su
visita de un estado de ánimo similar al planteado por el Marqués de Molíns en
el artículo que nos ocupa: “Huyendo
entonces el bullicio del mundo, quiere los campos, y su triste soledad le
halaga más que la agitación y la alegría”.
 |
Primera estación ferroviaria de Albacete. |
La diferencia entre ambos está en que el tono de Mesonero es más jovial y anecdótico que el de Molíns. Sin
embargo, en inesperado giro, “El curioso parlante” concluye su artículo con un desconcertante desenlace:
“Seguí lentamente la vereda que me
conducía a las puertas de la villa, y al atravesar sus calles, al mirar la
animación del pueblo parecíame ver una tropa que había hecho allí un ligero
alto para ir a pasar la noche a la posada que yo por una combinación extraña
acababa de dejar”.
Esta
sugerencia de Mesonero se habría de convertir en dramática transposición de
términos en el conocido artículo “El Día
de Difuntos de 1836” (1836) de de Mariano
José de Larra (1809-1837): ya no es que el pueblo haya hecho un alto en la
ciudad antes de ir a pasar la noche a su definitiva posada, sino que en
palabras de Fígaro, “El cementerio está
dentro de Madrid. Madrid es el cementerio”.
 |
Molíns por Jean Laurent. |
Un
par de décadas después de estos dos notables artículos, la visita del Marqués
de Molíns al camposanto de Albacete desarrolla todos los tópicos románticos al
respecto: melancólico estado de ánimo, soledad y olvido del lugar, fugacidad de
la vida, etc. Sin embargo, el tono del Marqués de Molíns es siempre mesurado y
sereno, de suave sátira social y melancólica visión del paso del tiempo.
El
Marqués de Molíns cultivó con frecuencia el artículo necrológico en su obra periodística: “Último paseo de Fígaro”, “El entierro de Martínez de la Rosa”, “Artículo necrológico del Marqués de
Miraflores”, etc. Sin embargo, “Una mañana junto a la feria de Albacete” es
el artículo más reflexivo y personal de cuantos produjo el Marqués sobre la
materia. A su interés en este sentido, hemos de añadir que se trata, sin duda,
del único artículo del Marqués que podríamos considera como un cuadro de
costumbres ambientado en su Albacete natal.
Reproducimos
a continuación el artículo, al que hemos tenido acceso por gentileza de la
Biblioteca Pública de Albacete y la Biblioteca Digital de Castilla-La Mancha:
“UNA
MAÑANA JUNTO Á LA FERIA DE ALBACETE
Hay, hija mía, en el corazón
humano un no sé qué indefinible, que le impele hacia distintos sentimientos de
aquel en que pudiera reposarse: mar insondable que se agita siempre, y que
prepara las tempestades en medio de la calma y la bonanza al mugir de las
tormentas. En vano las felicidades humanas protegen al hombre; él en medio de
la dicha sentirá levantarse, sin saber de dónde, el huracán de la melancolía:
inútilmente, en cambio, todas las miserias caen sobre un desdichado; él, desde
e1 fondo de su infortunio, siquiera con la esperanza sola se consuela, y
momentos de alegría inefable interrumpen su monótona y lamentable vida.
No extrañes, pues, que en edad y
en situación que do quier sonríe, á veces caiga á tu corazón (por decirlo así)
una lágrima sin saber de dónde; y anímate esperando que por adversa que te sea
la suerte, y por largo que te parezca el desierto de la vida, hallarás en él
oasis en qué descansar, y momentos en qué reír.
Vengamos al asunto, y perdona el
preámbulo para motivar el que, en medio de tan buena compañía y en época de
tanta algazara, haya dado cabida á tan triste paseo; y lo que es más, me ponga
ahora á contártelo, no pase por locura el tejer coronas de espinas, y ofrecerla
á ti, cercada de rosas, en la primavera de la vida.
Cansado de pasar un mes entero en
fiestas y regocijos, lleno aún de los recuerdos de la función de Elche, en que
al traje y al país oriental viene á unirse el drama de los siglos medios, la
pompa y la fe de las cruzadas y la alegría de los moros: fresca la memoria de
la feria de Murcia, que parece un inmenso mercado entre bosques de limoneros
olorosos y plateados álamos; no lejos, en fin, del ruido de la de Albacete en
que, como vastísima caravana, ó más aún como innumerable y desordenado
campamento, millares de tiendas ponen el sitio á unas pacíficas murallas,
levantadas en medio del desierto. Lleno aún de esas impresiones, y ya cansado
de ellas, fui á reposar la imaginación allí donde todo es reposo, donde cuanto
fue y cuanto ha de ser se apiña y reúne, y eso sin ocupar gran espacio ni
levantar ningún ruido.
EL CAMPO
SANTO.
Si alguna vez, hija mía, vas al de
Albacete, verás como te choca la mezcla rara de incultura cuasi bárbara, y de
adelantada civilización que en él se descubre. En el pequeño cuadrado como
corral de ganado que lo forma, el terreno está desnivelado por las sepulturas,
no hay cultivo alguno, el hombre abandona allí los despojos de la muerte, y no
trata de disfrazar su nada dando vida á plantas ni á flores, á cipreses y
siemprevivas… nada… absolutamente nada más que la muerte en toda su espantosa
perspectiva. No hay más monumento que se alce que una sola cruz; en eso tienen
razón, la cruz es lo único que se alza del polvo y podredumbre humana hacia la
mansión eterna; ella sola vence de la muerte y tiene derecho á levantarse
entre sus despojos.
En cambio, junto á las tapias
algunas docenas de nichos, recién hechos y vacíos, aguardan moradores, como
la nueva ciudad espera edificios públicos; y á otro lado mezquinos panteones,
ya llenos, muestran tal cual lápida de mármol, tal cual inscripción dorada:
último refinamiento de la cultura… ¿qué puede haber de lapidarios allí donde
parece que aún faltan enterradores?—Pues en la parte literaria igual contraste;
aquí se leían las verdades eternas, esos magníficos consuelos con que la sabiduría
increada parece que á la vez arrulla al que duerme en el sepulcro y guía al que
camina en el mundo; y un poco más allá epitafios en seguidillas, ó aforismos
filosóficos más vacíos y repugnantes que las tumbas mismas. Mezcla extraña de
primitiva fe y de modernísima pedantería; piedras miliarias que marcan el camino
de donde venimos y á donde vamos.— Pues como digo, estaba yo considerando estas
cosas y embebecido más aún delante de dos lápidas, una de piedra sillería ya
medio borrada, otra de mármol poco ha desdorada por las lluvias, cuando me
llamó la atención el canto de un entierro; volví la cabeza y vi atravesar por
el Campo Santo un pequeño grupo; cuatro hombres, como labradores ó jornaleros,
llevaban en hombros un ataúd descubierto: un velo agitado por el viento sobre
el cadáver daba á entender que era de una mujer; otra la seguía, no con aire
melancólico ni alegre, sino indiferente y nada más…
Miré hacia la puerta por donde
primero había oído los cánticos, y ya no había nadie; el escaso y mal pagado
clero se había vuelto desde allí, y había como abandonado antes de tiempo
aquellos despojos á la destrucción que parece que sale á recibir sus víctimas
al umbral.
Yo, por el contrario, sujeto ya á
aquel vértigo que á veces se apodera del ánimo y no le permite reposo hasta
que llega al fondo de sus sensaciones, de aquel furor que en el gozo nos lleva
hasta la última vuelta de un baile, hasta la última copa de un festín, y en la
pena hasta ver caer una víctima ó cerrarse un ataúd; impelido, digo, por ese
torbellino, corrí hacia el hoyo… ya era tarde… el azadón implacable de los
sepultureros hacía caer sobre el cadáver tierra y piedras y calaveras y huesos
de otras que á su vez habían dormido en aquel mismo lecho… sólo unas manos
blancas y delicadas que sujetaban una cruz y un ramo de flores quedaban aún,
cuando yo llegué, sobre la tierra; no necesité preguntar… era, pues, una joven
doncella; poco después ya todo no era más que un montón recién hecho… ¿y para
qué saber más… ¿y cómo y á quién preguntarlo?... la mujer que seguía á la
comitiva había recogido el velo y la almohada mortuoria; hablaba al marchar
del precio á que podría venderlo… estamos en feria.
Volví, pues, á los dos nichos para
consolarme de aquel doble abandono con otro al parecer no tan grande, y en
efecto, como verás, en el uno estaba consignado en mármol el tributo de dolor
pagado por un pueblo entero á una mujer imponderablemente benéfica, tu bisabuela
la Condesa de Villaleal Doña María Joaquina de Arce; en la otra losa que estaba
debajo, y que es de piedra común, se leía
AQUÍ YACE DON FERNANDO
CARRASCO Y ROCAMORA
CONDE QUE FUÉ DE VILLALEAL
ALFÉREZ MAYOR DE ESTA VILLA
Y SEÑOR DE LAS DE POZO-RUBIO Y
MOLINS… PARTIÓ A LA
CORTE… CANAL…
El resto, infiero que hablaría del
inmenso favor hecho por este insigne patricio, bisabuelo tuyo, á sus paisanos,
desaguando las lagunas que cubrían este país, abriendo el canal que lo
fecunda, y desterrando las mortíferas fiebres que lo aniquilaban… esto infiero…
pues de la losa se habían borrado las letras, como de la memoria de los pueblos
los beneficios.
La mujer que había recogido el
velo mortuorio me llamó desde la puerta para que saliese; hícelo maquinalmente,
y al pasar el umbral un silbido terrible sonó cerca de mí, una como palpitante
y monstruosa respiración se siguió… era la locomotriz del camino de hierro que
pasa por las tapias del Campo Santo, y que desde largas distancias traía
millares de personas á la feria… á comprar… á vender… á reír… á engañar… á
vivir, en fin.
Esta es, querida mía, la única vez
que he visto un camino de hierro sin emoción y hasta con desprecio.
¿Qué son unos cuantos centenares
de leguas en comparación de la distancia que separa el ser y el no ser?
¿Qué es la rapidez del vapor, ni
siquiera de la electricidad, contrapuesta á la velocidad con que se hace el
viaje de la vida á la eternidad?
¿Qué son los intereses… las
relaciones… las riquezas… las ciencias mismas… hija mía, en la puerta del Campo
Santo?... ¡Ay!... humo… y ruido.
ALBACETE
10 de setiembre de 1857”.